Con todo mi corazón

Con todo mi corazón, para el dueño de mis latidos.
Eres tú. Eres tú. Eres tú.
El inicio de la vida, el máximo Creador, el mejor escritor que alguna vez ha existido. ¿Qué se supone que debo hacer con esto que siento? Quiero adorarte, decirte todo lo que mereces escuchar, llenar tu oído de todas las palabras grandiosas que mi corazón quiere cantar.
No puedo. Las palabras no alcanzan. ¡Las palabras quedan pequeñas ante tu grandeza! Es muy frustrante, Yavé. Es frustrante saber que las palabras más hermosas son solo una milésima parte de lo que realmente quiero decirte. ¿Pueden las palabras encapsular el amor intenso que has puesto en mi corazón para ti? ¿Pueden las palabras enaltecerte tanto como anhelo?
Inútiles. ¡Palabras, ustedes son inútiles! No están a la altura de mi Dios, jamás lo estarán.
¿Qué tal eso, Yavé? Has logrado que alguien que solía escribir descubra la inutilidad de las palabras. Y es que así eres tú. Me tomas, me trastornas, me transformas... Me rompes y me haces de nuevo porque puedes. Pones mi mundo de cabeza de la mejor manera, solo contigo puedo hacer realidad la ley de la inversa.
No puedo vivir sin ti.
Solo una cosa temo más que nada en este mundo: perderte. No me dejes nunca, por favor. Puedo soportar muchas cosas, desde las dolorosas a las humillantes. Puedo soportar el hambre y la escasez, puedo soportar la indiferencia de la gente, puedo soportar la tristeza que traen sus burlas, puedo soportar las tentaciones que atormentan mi mente, puedo soportar dormir menos horas y el trabajo extenuante, puedo soportar las lágrimas y la dureza de los corazones, puedo soportar la enfermedad y la sombra de la muerte.
No puedo soportar la idea de perderte.
No apartes tu rostro de mí, por favor. Como dijo David en el salmo 84, prefiero estar un día en tus atrios que mil fuera de ellos. Mi mente y mi corazón están lejos de ser perfectos, pero te los entrego. Mi alma misma te entrego. Mi cuerpo y mi aliento te entrego. Mis huesos y cada una de mis células te entrego. Mi amor y mis sueños te entrego. Mi libertad, mi voluntad te entrego. Mi tiempo, mi vida entera te entrego. Y no es que tenga alguna de esas cosas, porque sé que eres Dios soberano y todo en este mundo te pertenece, desde los cabellos de mi cabeza hasta las almas de cada ser humano. Y sabes... Y lo sabes porque puedes descifrar mi corazón... Sabes que, si pudiera, te daría incluso lo que no tengo.
Las auroras boreales, la inmensidad del tiempo, las indomables cascadas, el azul del cielo...
Ya lo tienes, claro. Ya lo tienes todo.
No hay nada de mí que tú puedas necesitar. Si soy completamente honesta, ese pensamiento me inquieta. Me duele más allá de lo que puedo expresar con palabras ser solo una humana que no te puede dar algo que tú no tengas ya. Tú no me necesitas, Yavé.
No me necesitas.
Inexplicablemente...
No me necesitas, pero me amas. Si soy completamente honesta, no lo entiendo. No tiene sentido. No tiene sentido que Dios, el Rey del universo, me ame y me haya demostrado tantas veces que me ama. Me amas. Y lo has demostrado de formas tan maravillosas... Me amas.
Nunca ha tenido sentido que nos ames, pero lo haces. ¿Por qué? ¿Por qué nos amas? ¡No merecemos nada! Lo único que hacemos es arruinar lo que tocamos. Incluso tu hermosa creación la arruinamos, incluso a tu hijo amado lo matamos... ¿Cómo puedes amar a quienes te han hecho tanto daño?
No puedo desentrañar el enigma de tu corazón.
Pero quiero amarte hasta ahuyentar todo su dolor. Quiero poner una sonrisa en tu rostro y que no te avergüences de ser mi Papá Lindo. Quiero obedecerte y honrarte. Quiero pasar la Eternidad contigo, en una de esas moradas que preparas para tus hijos. Quiero habitar en tu corazón inmenso, porque ahí no llega el frío. Quiero acercar mis manos heladas a tu ser y sentir la calidez de tu fuego consumidor. Quiero poder mirar tu rostro y pedirte perdón porque siempre me das tanto y yo te doy tan poco.
Quiero, quiero, quiero... Mejor enfoquémonos en lo que quieres tú. Esas cosas que has dicho que deseas en tu diario personal, en tu Biblia. Yo quiero dártelas. Aunque siempre fallo, quiero dártelas. Y cada día quiero elegir dártelas nuevamente.
Con todo mi corazón, con todo este imperfecto corazón.