PXMFC #1
Sabes muy bien que, años atrás, rechacé seguirte solo porque detestaba la idea de congregarme. Pensaba que congregarme haría que mi ser individual se diluyera en la doctrina de una iglesia, lo cual anularía mi existencia.
Ahora comprendo que no es así, porque a través de tu palabra me enseñaste que mi identidad está en ti, que cuando me diluyo en ti existo porque soy una contigo y tú eres uno conmigo, porque soy tu hija y así me lo enseñó Jesucristo. Yo soy en ti y tú eres en mí. Entonces quien me ve te verá a ti, porque tu amor está en mí. Nunca me siento más yo que cuando estás conmigo.
Pero tú eres maravillosamente lógico, así que me mostraste que esa maravilla también se da a la inversa, que no es unidireccional. Quien te ve a ti, me verá a mí y a todos los que conformamos el cuerpo de Yeshua. Quien te ve está aceptando que le quites la venda de los ojos, entonces verá con auténtica luz y nos conocerá a nosotros, tus hijos, como debemos ser conocidos. Quien te ve a ti nos ve a nosotros.
Cuando te veo, también veo a los demás.
¿Cuándo pusiste esta semilla en mi corazón, Yavé? Me río cuando escribo esto porque, en realidad, me doy cuenta de que ha sido algo tan gradual... Y lo hiciste maravillosamente, papá. Tú no pusiste en mí el deseo de congregarme porque necesito congregarme para avivar mi fe, tú pusiste en mí el deseo de congregarme para vivir mi fe.
Anhelo conocer a personas que te amen y que quieran hacerlo como a ti te gusta. No tienen que hacerlo de la misma manera que yo lo hago, pero el solo hecho de que se esfuercen para agradarte es lo suficientemente inspirador.
Anhelo conocer a personas que pueden no ser perfectas, pero que se refugian en ti durante las pruebas. Anhelo conocer a personas con las que coordinar cosas en grupo sea un embrollo, así podré reírme porque ¡hasta eso anhelo! Anhelo conocer a personas que se sientan como una familia, que sin presionar me corrijan y que sin juzgar me oigan.
He pasado tanto tiempo pidiéndote que me conduzcas a una congregación, Yavé... Me has cerrado las puertas de muchas iglesias, me has tenido de aquí para allá. Me obligas a anhelar.
Lo comprendo. Me equivoqué al alejarme de ti por no querer congregarme, por querer hacer las cosas a mi modo. Ahora que me acerqué a ti en privado, ahora que he probado las delicias de adorarte en la soledad de mi habitación por tanto tiempo, anhelo vivir esa magia junto a alguien más.
¡Y alabarte como locos porque no puedo cantar demasiado alto en mi casa! JAJA.
Sé que permanecer en soledad no va a borrar el amor que siento por ti, pero encuentro imposible vivir este amor a plenitud sin aprender a compartirlo presencialmente con otros. Aunque he tenido la bendición de conocer a varios hermanos en la fe (a quienes te ruego que bendigas también) gracias a lo que publico como Ovejhacendosa en internet, formar parte de una congregación es... distinto.
Por otro lado, a pesar de que hablo de ti con mi familia, la dureza de sus corazones me dice que gozar de su compañía tomará un tiempo. Mientras tú trabajas en ellos (siempre conforme a tu voluntad, cabe agregar), yo quiero ver cómo otros te aman y maravillarme porque su forma de amarte puede ser diferente a la mía pero igual de fuerte e inamovible.
Entiendo que me reprendes. Me has hecho conocer el dolor de no poder congregarme, el vacío de no tener con quién compartir tanta felicidad. Es lo justo, está bien. Perdóname, Yavé. Le plantaré cara a esta soledad que has insertado en mi corazón hasta que tú decidas concederme lo que te pido. Sabes bien que nunca me molestó la soledad. De hecho, si tuviera que ser honesta, trabajo mejor sola que estresándome con gente. Nunca me han gustado las reuniones, porque estar rodeada de tanta gente resulta agotador y luego solo me queda un enorme cansancio.
Y tú has logrado que alguien tan introvertida como yo te suplique que le permitas congregarse. Has tomado la soledad que siempre amé y me la restriegas en la cara al punto de que estoy empezando a odiarla. Hiciste lo que el Coronavirus no logró: que añorase el contacto humano. ¡Tú sí que tienes agallas!
Por eso te amo.
Por eso te amo, porque me obligas a escribir esto para que el enemigo no se enseñoree sobre mí, para dejar constancia de lo mucho que anhelo tener un hogar. Un hogar para compartir este amor que siento con hermanos y hermanas en la fe.
Mientras me muestras la congregación en la que quieres que esté, escribiré aquí cada que quiera orar por ellos. Déjame fingir que ya los conozco y que sé lo que necesitan. Déjame fingir que ya los tengo en mi vida.
A este extremo he llegado.
Mi primera plegaria es: que el día de conocerlos llegue pronto, mi señor. Prepárame para conocerlos. Prepáralos para conocerme. Te lo imploro en el nombre de tu hijo, Jesucristo.
Amén.