Agua viva



No soy legalmente cristiana y no recuerdo haber vivido y tomado una religión. Imagino que siempre fui católica, me bautizaron cuando tenía seis años. Luego, casi sin querer, me bauticé en una suerte de secta asiática que veneraba a Ahn Sang Hong (o algo así). Fue luego de eso que me di cuenta de que, en realidad, había aceptado para no tener que decir "no".
Siempre me ha sido más fácil decir "no" a mis cercanos; no tanto así con extraños, a ellos no les tengo tanta confianza como para mostrar un lado mío que no es perfecto. Imagino que ese es el motivo por el cual, en adelante, evadí cualquier proposición religiosa. Siempre que he podido, he escuchado charlas de distintas religiones. Soy persona racional, respeto la ciencia, así como los grandes misterios de la vida, y siempre he cargado en mí tanto realismo y pesimismo como idealismo y positivismo.
Siempre me he sentido bien haciendo cosas buenas y apoyando a otras personas. O, mejor dicho, a personas débiles y con el orgullo mermado. Los veo tan indefensos que mi instinto protector sale a flote y quiero hacer cuanto esté en mi mano para ayudar. La empatía ha jugado un papel atroz, haciéndome llorar hasta por la noticia periodística de un perro que se ahogó por salvar a otro animal (no pude evitarlo, fue realmente conmovedor).
No se confundan, eh. Así como siempre he tenido aspectos positivos, he tenido (y tengo) muchos aspectos negativos. Durante un tiempo, años..., carecí de afecto natural. Llegué a racionalizar tanto que me obligué a fingir que sentía porque se suponía que ese era mi deber como hija y hermana. Saber algo de un débil o un animal me afectaba, sí, pero lo que sucedía en mi propia familia solo me despertaba un interés profesional y un sentido del deber profundo.
Supongo que me encontraba en negación. ¿Han oído hablar alguna vez de un dolor tan profundo que uno "desconecta" de sus emociones y no procesa las pérdidas o las alegrías? Bueno, algo así me pasó. Pensaba que mi manera de amar era más global, que amaba a tantas personas que, al final, no podía sentir algo profundo hacia ninguna.
Los pensamientos homicidas eran comunes. El color rojo nunca me ha gustado. La sangre, la visión de la sangre, me enciende de manera extraña, como si algo dentro de mí se moviera. Cuando me enojaba, me aterraba porque me sabía perfectamente capaz de cometer una locura. Temía mucho perder el control y ceder ante el rojo que me nublaba la visión y me pedía que mordiera carne y que me riera aplastando y triturando piel. Jamás he tenido tanto miedo a algo como a mí misma, a mi propia mente.
Siempre vi el suicidio como una cobardía, así que las muchas veces en que lo consideré la motivación principal era hacer que mis padres experimentaran el mismo dolor que me habían infligido cuando era niña. Justicia. Venganza. Pensaba que, si ni siquiera habían detenido una de sus peleas cuando me metí en medio de ellos para separarlos y me hirieron en la cabeza, al menos verme muerta lograría alguna reacción. Algo. Pensaba que eso podría darles una lección respecto a ser, auténticamente, padres.
Fuera de mi ira y mi resentimiento, la pornografía y la desidia eran pan de cada día. Aun así, siempre fui lista para mis asuntos; soy una persona en extremo reservada y sé cuándo es el momento de hacer tal o cual cosa. Era como "oh, son las nueve, es hora de sacar del cajón a mi yo oscuro" y "ah, ya son las dos, ahora vuelvo a mi yo luminoso". No fingia en ninguno de los dos turnos y debo admitir que los disfrutaba por igual, ya que nunca los he mezclado y siempre he sido muy cuidadosa con la adquisición, demostración, ahorro, compra y venta de emociones.
Por supuesto, también tuve incontables dudas sobre mi sexualidad, aparte de si realmente amaba a mi madre y a mi padre (me preocupaba mucho saber qué era verdaderamente el amor, más que sentirlo). Lo de la sexualidad siempre me ha sido confuso, porque a pesar de que siempre me he sentido atraída a hombres, no puedo negar que alguna que otra mujer me ha interesado. Después caí en la cuenta de que, físicamente hablando, solo me fijaba en hombres; pero eso no cambiaba el hecho de que me preocupaba el aspecto mental y espiritual. La mente de una mujer, algunas veces, es mucho más profunda y abismal que la de un hombre (con el plus de que la mujer es más emocional, supuestamente). Me gustaba platicar con las mujeres en cuestión, desnudar sus pensamientos más profundos y alimentarme de sus emociones, ya que yo nunca tuve iniciativa de originar alguna. No me nacía y debo admitir que eso me preocupaba.
Hmm. Más que preocuparme, me causaba intriga.
Sí, intriga es la palabra.
Nunca tuve deseos de intimar con nadie, así que llegué a pensar que era asexual. Podía gustarme mucho la gente en el aspecto mental o físico, pero el contacto de piel con piel, incluso hasta ahora, me provoca aversión y rechazo. Recuerdo que la primera vez que besé a un chico, a los diecinueve, no hice nada. Él parecía el interesado, así que dejé que lo hiciera, porque quería comprobar que mis hormonas funcionaban y que podía sentir algo, pero en realidad... Solo sentí sus labios y baba. El chico me atraía, así que me preguntaba por qué no me excitaba que me besara.
¿No se suponía que los jóvenes normales siempre tenían las hormonas revueltas?
Ahora que lo pienso, tal vez simplemente me resistía a perder el preciado control de mis emociones. Como fuere, desde los quince años lo único que realmente me ha robado el sueño es escribir. Es más que una pasión y una obsesión juntas, es amor. Los libros eran lo único que me emocionaba profundamente y cuando leía o escribía, realmente olvidaba que tenía hambre o sueño. Y no solo yo, mi cuerpo también lo olvidaba, como si mi cerebro descuidase sus funciones para enfocarse únicamente en las letras. Recuerdo que esto le preocupaba a mamá, porque veía que mi fijación con las letras iba mucho más allá de mí misma.
De cualquier forma, sigue siendo así, aunque mamá me apoya más y yo he aprendido a domar este amor infinito.
Bueno, he aprendido a hacerlo parecer más convencional.
Ah, es cansino recordar todo eso. Como fuere, luego descubrí por mí misma que amaba a mi familia, aunque seguía sin encontrar más explicación para ello que la convivencia.
De alguna manera, siempre había visto a Dios como un amigo. Había intentado acercarme, pero la cercanía nunca duraba mucho tiempo. Siempre había cansancio o trabajo de por medio. Seguía sin decantarme por ninguna religión (y sigo), porque no deseaba verme influenciada por humanos. Me conozco y sabía entonces que terminaría haciendo lo mejor y que lograría todo, pero al final nunca sabría por qué lo había hecho realmente. Llevaba y llevo tantos años manipulando emociones, que al final no conozco mis verdaderas motivaciones, porque al momento de interpretar la emoción escogida la represento con tanta sinceridad que me creo yo misma.
Cuando debía hacer creer a alguien que estaba bien, que me daba igual algo o que tal persona me caía bien, simplemente cambiaba mi forma de pensar y adoptaba, de manera instintiva, la emoción adecuada. Y realmente la sentía, la sentía vibrar en mí... y era así hasta que ya no había necesidad de usarla y elegía otra emoción para que ocupara su lugar o simplemente las descartaba todas. Tal vez por eso siempre he sido una excelente mentirosa. Una mirada avergonzada cuando es preciso, una expresión dulce o firme cuando es necesario... Podía mirar a los ojos de alguien más y realmente expresar lo que quería expresar. Y ¿saben qué es lo más curioso? Que, en las veces en que realmente algo de mis emociones propias sale a flote, no soy capaz de mirar a los demás a los ojos. Temo que las personas vean en ellos mis verdaderos sentimientos, ya que eso es algo muy íntimo y sé que en ese momento realmente estoy siendo yo.
Es gracioso, porque normalmente dicen que uno no mira a los ojos de la otra persona cuando miente y yo no puedo mirar a los ojos de otros cuando digo la verdad, ja. Entonces la gente siempre piensa que miento justo cuando soy sincera (?).
Bien pues, volviendo al tema, no quería ni quiero ser influenciada por nadie más que Jehová mismo. De una manera extraña, mi realización del amor llegó antes de acercarme a él, pero me gusta pensar que fue por su causa. A final de cuentas, no sé exactamente cómo fue... Simplemente, fui dándome cuenta de que, realmente, amo demasiado a mi familia. Tanto como amo escribir.
El tema de las emociones mejoró, así como mis dudas sexuales. Asumí mi asexualidad y me dije que, si alguna vez tenía novio, él tendría que resignarse a no tener intimidad sexual jamás (???). Como todo adolescente, he buscado explorar, pero nunca he tenido a determinada persona en mente. Solo vivo en sensaciones por las sensaciones mismas.
Algo que no cambió fue mi desinterés por el dinero. Digo, sé que es importante, pero no creo que lo sea más que las personas o el tiempo. Debo admitir que, si trabajo, es porque conozco mi obligación de aportar dinero a la casa y porque sé que así mi mamá y mi papá no pensarán que estoy loca por pasar todo el día leyendo o escribiendo.
He pensado muchas veces en hacer trabajo de voluntariado, pero papá está tan emocionado con que vaya a una universidad que sé que terminaré haciéndolo. Sé que tiene razón en muchas cosas que ahora yo no alcanzo a comprender.
Creo que lo dicho da, más o menos, una idea de cómo soy. Y, si no, pueden seguir leyendo para confirmar que mi pecador y depresivo ser no es digno de nada.
Hoy, viernes cinco de junio, estaba sola en la casa.
Realmente es extraño tener la casa para mí sola, incluso aunque mis padres ya no viven en este lugar. Aquí la privacidad es un privilegio, así que ya imaginarán cómo es eso para mí, que soy tan celosa de mi privacidad e intimidad. Aun así, adoro mi casa, es mi adorado cuchitril, que guarda recuerdos felices y tristes. Son esas memorias las que vuelven estas paredes tan valiosas.
Desde hace unos meses he querido rezarle a Yavé. Ya saben, realmente rezar. Quería un lugar privado, donde poder sentir la tierra bajo mis pies desnudos y hablar sin el riesgo de ser oída por otra persona. Como habían pasado tantos meses y yo me sentía frustrada por no poder encontrar un lugar absolutamente silencioso y natural, decidí hacerlo ahí mismo, en mi adorado cuchitril.
No tenía ni la más mínima idea de cómo hacerlo, así que creí que sería buena idea recitar algunos salmos. Luego de bañarme, doblé las extremidades de mi pantalón hasta dejar a la vista mis rodillas y me arrodillé sobre el rugoso y áspero suelo. Leí en voz alta hasta el salmo cinco, si mal no recuerdo.
Luego recé el Padre Nuestro. Al menos, mi versión del Padre Nuestro. ¿Nunca han pensado que una frase, dicha mil veces, termina perdiendo su significado? Se la dice una y otra vez, mecánicamente, pero rara vez comprendemos el auténtico significado. Hice mi propia versión de esa oración hace unos años, porque quería decir lo mismo con palabras nuevas, entendiendo lo que decía. Aunque siempre varío, va más o menos así:
Padre, tú que estás en el cielo. Santo sea tu nombre, que tu reino vaya a quienes lo merezcan y que tu voluntad se haga en el cielo y en la tierra, e incluso en lo que hay debajo de ella. Te doy gracias por todo lo que me has dado: por tener un pan que llevarme a la boca y, si lo consideras correcto, puedes perdonarme por alguna cosa horrible que haya hecho o querido hacer. Por favor, acompáñame si algo me tienta y líbranos del mal que no es necesario, enseñándonos cuándo sí lo es y mostrándonos la diferencia. Todo esto te lo digo a través de tu hijo, el señor Jesucristo. Amén.Je, bueno, puede sonar algo rara y graciosa, pero es sincera. Oré algo por el estilo, con mi frente casi tocando el piso y solo mis manos mirando al techo.
Luego vino la parte en que quería hablar con Jehová y sentí nervios. No sabía cómo empezar y se lo dije. Le dije que no tenía idea de qué debía decir, pero que intentaría hacerlo lo mejor posible.
Supongo que fue una plegaria, pues pedí lo que casi siempre pido: fuerza, que me dé un poco de su sabiduría y mucho de su amor. Le pedí que me diera valentía para demostrar a las personas que amo que las amo. Le dije que el otro día había visto a una clienta algo altiva caminar un metro y medio delante de su hijo y que el niño era algo tímido y tranquilo, que en ese momento caminaba detrás de su progenitora con la cabeza gacha. Le dije que yo sabía que eso se siente horrible y que acompañara a la mujer y tocara su corazón de madre tal como hizo con la mía, y así ella se daría cuenta del pequeño tesoro que tiene en vez de quejarse por lo que no tiene.
Le pedí que ayudara al señor gruñón que últimamente se pone prepotente en la panadería, al punto de ordenarme que memorice todo lo que lleva; imaginaba que así él no andaría tan estresado o amargado y podría sonreír aunque fuera un poco. Le pedí por los ladrones, malandrines y todos los que no tienen un hogar (o una casa). Le pedí por los niños que tienen una infancia difícil, le dije que tal vez él quería pulir sus personalidades con obstáculos y hacerlos fuertes como me hizo a mí, pero que estuviera con ellos para que ellos lo sintiesen y no se estropearan.
Le pedí que me diera amor para aguantar a quienes me sacan de quicio, sobre todo a quienes me caen mal. Le dije también que me perdone por no ser de ninguna religión oficial, pero que era porque estoy muy confundida con el tema y temo mucho meterme a una sola y cometer un error garrafal, ya que todas al final han de conducir a él y la diferencia son las costumbres que adoptan.
Le pedí que me ayudara a entender por qué hemos arruinado todo lo que nos dio.
Le dije que quería vivir en un lugar lleno de vida, con animales y el color verde por todas partes. Le dije que no entendía por qué destruíamos lo más preciado y que me sentía impotente porque eso era como recibir un regalo y arruinarlo egoístamente, sin darnos cuenta de que lastimamos a quien nos lo dio. Le pregunté qué sentía, que, si nos hizo a su imagen y semejanza, él debía ser una especie de superhumano que también era capaz de sentir. Siempre me lo imaginé solo, solitario en su tarea de ver las consecuencias de lo que él mismo creó con tanto amor.
Le pedí que compartiera un poco de su dolor y que lo pusiera en mí, que tal vez era solo una humana pero que, si todos nos uníamos, sería más llevadero. Le pedí por todos los que no tienen fe, porque vivir sin esperanza es vivir vacío, y le pedí por los amigos y los hermanos, porque no hay amor más puro y bonito que el que uno puede sentir por un hermano.
Pedí varias cosas más que no consigo recordar con exactitud en este momento, pero luego pasé a mis agradecimientos, porque no me parecía justo pedirle algo sin darle las gracias. Le agradecí por todo lo que me había dado y me seguía dando, por mis padres, por mi abuela y mis hermanas, porque si intentaba visualizarme en otra familia, no podía y sabía que debían ser ellos.
Le agradecí por estar viva y por no estar enferma, así como por la salud o no salud de mis familiares. Le agradecí por cada pequeño ser, por haber dado tanto amor y por los momentos felices y dolorosos que me habían dado un poco de sabiduría. Le agradecí por las buenas y malas personas y por cada héroe que hace una buena acción. Le dije que, incluso en este mundo enfermo, había personas que amaban y le di las gracias por cada persona que se había sacrificado, porque ellas nos habían enseñado el significado verdadero del amor.
Le di las gracias por mi madre, que había enderezado su vida, y por acoger a mi padre. Le di las gracias por poder sentirme orgullosa de ellos y por todas las personas que dan sin pedir algo a cambio: los que regalaban sonrisas, los que regalaban su tiempo..., los que regalaban su sudor y su dedicación, entre muchos otros. Le di las gracias por amarnos tanto como para dejarnos conocer a su hijo y le agradecí por su muerte, por su sacrificio de amor.
Le dije que seguía sin poder explicarlo, sin saber qué era, pero que simplemente lo sentiría. Le dije que, si alguna vez viene o envía por segunda vez a Jesús, sería lindo conocerlo, así lo alojaríamos en casa y le daríamos de nuestra comida; entonces él vería que, en realidad, no está tan solo, que muchas personas se preocupan por él y su felicidad. Le pedí que limpiara los rencores, sobre todo el de mi abuela, que no puede vivir en paz por el resentimiento, y le dije que, si decidía que yo muriera en el día del juicio, solo me ayudara a aceptarlo. Le dije que hiciera eso con todos, que nos diera buena disposición y buen humor para asumir lo que él nos tiene preparado.
Le dije que sabía que sonaría extraño, pero que sentía como si realmente pudiese amar a alguien que no conozco físicamente y que eso era increíble. Le dije, entonces, simplemente... "Te amo". Así, con el mismo amor puro y dulce que él me había dado. Seguí diciéndole que me diera amor para esparcirlo, que ese poder se expandiría, porque era así... Y fue entonces que sentí una gota caer en mi mano izquierda.
Levanté solo un poco la cabeza del suelo, viendo otra gota caer... y luego otra. Quise mirar hacia arriba, pero no quería interrumpir mi oración. De algún modo, sentí como si él llorara, aunque no sabía si era de alegría o tristeza. Le dije que no llorara, que pronto llegaría el día en que reiría. Aun así, le di gracias por su dolor, por compartirlo conmigo. Y le di gracias por que algo tan hermoso como el amor existiera.
Al poco rato terminé y me despedí. Fue difícil pararme porque mis piernas se habían adormecido. No sabía cuánto tiempo había estado en esa posición. Me masajeé las piernas para recuperar movilidad y, oh... Ya recuerdo lo que dije a Yavé después. Le di las gracias por poder escribir (es algo tan importante que no entiendo cómo olvidé mencionarlo) y le dije que agradecía poder tener un sueño: publicar un libro y que este diera la vuelta al mundo. Le dije que lo que más deseaba era usar lo que más amaba para hacerlo feliz.
Ese es el motivo por el cual escribo esto en primer lugar.
En fin, hasta que reaccionaron mis piernas, leí en voz alta la parte inicial de Génesis y fue tan... No puedo describirlo, solo sé que no podía dejar de llorar (incluso aunque no había llorado mientras rezaba), porque me dolía caer en cuenta de que el regalo dado con más amor en todo el mundo se estaba viendo arruinado. ¿Por qué nadie tenía en cuenta los sentimientos de Yavé?
Justo entonces llegó mi abuela y se acabó mi momento a solas con Jehová. Sin embargo, antes de haber leído la Biblia, recuerdo haber estado un poco asustada. Sí, por las gotas que cayeron en mi mano. Sabía que no había sido yo y tan impactada estaba que ignoré el dolor en mis piernas para subirme a la cama y revisar el techo. Pensé que tal vez Yavé no había llorado y que algo de lluvia se filtraba por la calamina.
Sin embargo, el techo estaba completamente seco y no tenía ninguna abertura que pudiera dejar pasar agua. Seguí palpando el techo, absolutamente idiotizada. Fue luego que leí Génesis y, bueno, me puse sensible.
Deseé poder contárselo a alguien, porque creía que, si no lo hacía, me volvería loca. Deseaba ver a mamá y a papá para contarles. Cuando se trata de algo realmente importante, estando sensible o en mi faceta robótica, siempre he acudido a ellos. Es de inteligentes reunir todas las opiniones y consejos posibles antes de tomar una decisión o llegar a una conclusión.
Ese mismo día, me fue bien en el trabajo y no me enojé ni con quienes me caían mal. ¡Realmente funcionaba! Al llegar a casa, sí que sucedió lo más increíble: estaba de un humor genial y toqué la puerta. Por algún motivo, mi hermana Alexandra respondió de mala gana y, como siempre decidí fastidiarla para hacerle olvidar su mal humor(???).
Bueno, no funcionó como esperé, porque abrió la puerta y ni siquiera me saludó. Sin borrar la sonrisa, la seguí hasta la mesa, donde hacía un trabajo para el colegio, y le dije que me diera un beso. La sensación de rechazo era fuerte, pero no decaí y me le acerqué, pues era triste ver que andaba de tan mal humor siendo que tiene muchos motivos para estar feliz.
Como fuere, al final me dijo "vete" o algo así y me empujó. Fue demoledor. Fue como si, de pronto, fuera mucho más sensible que antes. Sé que en cualquier momento del pasado yo habría inflado mi ego y la hubiera regañado o castigado por maleducada; no me hubiera detenido hasta quebrarla y, en todo momento, nunca habría perdido el control de mí misma. Sin embargo, en ese momento fue como... Fue como si no fuera yo. Sentí tanto dolor que lágrimas llegaron a mis ojos, antes de que yo lo notara siquiera.
No sé cómo pude apoyar las manos en la mesa y mirarla (ella ni siquiera me veía) y decirle: "Ten cuidado con lo que dices, Alexa. Sin darte cuenta, puedes lastimar a las personas. Piensa en eso". Cogí mis cosas y me metí al cuarto. Ahí pude seguir llorando y fue tan extraño... No tenía ganas de gritar o algo así, sino que... Ni siquiera sé cómo describirlo, fue tal la avalancha de emociones que no pude contenerlas. Las lágrimas no dejaban de caer.
Fui a lavarme la cara luego de llorar, impresionada por haber lamentado la situación por mi hermana, por haber pensado en lo terrible que era cometer tal error. Lo lamenté mucho por ella, porque es tan joven y tan ignorante... Es muy inteligente, pero algunas veces le falta tacto. Era una pena profunda la que sentía por ello, porque la amo.
Cuando fui a la sala, ella seguía en lo mismo. Le hablé de forma normal, sin ningún resentimiento ni nada y, sorprendentemente, se sintió bien hacerlo... Fue como ser consciente de un secreto o un sacrificio que solo Dios y tú conocen. Alexa no pidió disculpas por levantarme la mano y, a pesar de que yo sentía que ya la había perdonado, me preocupó que ella se estuviera aferrando al orgullo o que, peor aún, no sintiese empatía alguna.
Que tuviese el corazón vacío como yo solía tenerlo.
